Las fiestas donde el consumo alcanza el imperativo categórico, dejan atrás un saldo en números rojos que los ciudadanos tendrán que soportar con cierto estoicismo durante la cuesta de enero. En el recuerdo de todos permanecerán esas espontáneas reuniones cargadas de bello sentimentalismo, donde se expresa un afecto amplificado de fraternidad y de las que brotan dulzura y deseos de placidez, pero, por lo que se ve, circunscritos tan sólo a un tiempo limitado que transcurre entre diciembre y la primera semana de enero. Los rituales forzados se repiten hasta la extenuación, haciendo las mismas cosas que están ya grabadas a fuego en el imaginario colectivo: visitas, tarjetas, mensajes de móviles… A nivel económico, el depauperado bolsillo da muestras ostensibles de su famélico estado ahora, una vez que la voraz y compulsiva cita navideña ha pasado tan poco desapercibida como un elefante en una cacharrería. En fin, cuando las luces de colores y los villancicos se pronuncian con su impronta de verdad absoluta, no hay quien pueda resistirse a la tentación de repetir los gestos del año anterior. Y en este punto, seamos sinceros, el que esté libre de culpa que tire la primera piedra, como dicen algunos. Sin embargo, convencido de estas necedades, el más concienciado atisba el ridículo de seguir una tradición que hace bandera de la mentira, llegando al paroxismo con los Reyes Magos. Como borregos del capitalismo, siguiendo, aun sin saberlo, consignas de las grandes superficies, interesadas en estos artificios, se les oculta a los niños la inexistencia de unos personajes de los que, en puridad, se sabe muy poco, casi nada. Es el colofón de unos fastos que cada vez empiezan con más antelación alrededor de la zambomba y terminan a la mañana siguiente del paso de la tríada regia por las ensuciadas calles de la ciudad. La extensión de una cultura proletaria, opuesta a los disfraces de la burguesía, debe ser el elemento sobre el que se asiente la transformación de estas costosas pantomimas.

Luis Román
Información Jerez
08/01/08